miércoles, noviembre 26, 2025
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    BMW Z4 E85/E86 — El último roadster con alma mecánica

    Hay coches que, con solo mirarlos, te devuelven a una época distinta. El BMW Z4 de primera generación es uno de ellos. Su diseño —afilado, tenso, casi escultórico— refleja el momento en que la marca bávara se atrevió a romper moldes. Nacido a comienzos de los 2000, el Z4 representó un cambio de era: el último roadster de BMW concebido desde una base puramente analógica, donde el tacto y el carácter aún pesaban más que los algoritmos.

    El Z4 E85 (en su versión roadster) y el E86 (en su variante coupé) fueron diseñados bajo la dirección de Chris Bangle, el mismo responsable de algunos de los trazos más polémicos y a la vez más recordados de la marca. En este modelo, sin embargo, las proporciones jugaron a favor: capó interminable, habitáculo retrasado, eje trasero bien plantado y un centro de gravedad bajo que convierte cada curva en una pequeña declaración de intenciones.

    Debajo del capó, BMW ofrecía una gama de motores que resumía su filosofía de entonces: seis cilindros en línea atmosféricos, suaves, progresivos y con ese ronroneo metálico que hoy se extraña. Las versiones 2.5i y 3.0i eran las más equilibradas, capaces de combinar finura y empuje con una nobleza que pocas mecánicas actuales conservan. Más tarde llegarían los propulsores con tecnología Valvetronic y, en lo más alto de la gama, el Z4 M con el motor S54 derivado del M3, un bloque que respira carácter en cada giro.

    Conducir uno hoy sigue siendo un ejercicio de conexión. El chasis comunica, la dirección —hidráulica, precisa, con un punto de resistencia justo— transmite lo que sucede bajo los neumáticos con una sinceridad casi extinta. No hay artificios electrónicos que filtren la experiencia: el conductor manda, el coche obedece, y ambos encuentran un punto de equilibrio donde la mecánica se siente viva.

    El interior, de diseño limpio y funcional, envejeció con dignidad. No hay pantallas táctiles ni menús infinitos, solo relojes claros y mandos firmes, pensados para durar. En el coupé, la sensación de rigidez estructural aumenta y permite aprovechar mejor el chasis en conducción rápida, mientras que el roadster mantiene ese componente emocional que solo un descapotable bien afinado puede ofrecer.

    Por supuesto, no todo es perfección. La electrónica de la capota, los sensores o algunos componentes del sistema de refrigeración exigen atención en unidades con años a sus espaldas. Pero cuando un Z4 ha sido mantenido con mimo, devuelve ese cuidado multiplicado en placer de conducción.

    Hoy, más de veinte años después de su lanzamiento, el Z4 E85/E86 es una especie de refugio para los que aún creen en los coches que se sienten, no que se gestionan. No tiene la conectividad ni las ayudas de un modelo actual, pero sí un alma que se percibe desde el primer giro de llave. En carretera abierta, con el motor girando alto y el cielo como techo, uno entiende por qué BMW quiso llamarlo “Z”: una letra que, en su historia, siempre ha significado libertad.

    El Z4 de primera generación no fue solo un coche bonito; fue una declaración de principios. Y hoy, en tiempos de turbo y silencio eléctrico, su honestidad lo hace más deseable que nunca.

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