El Libratone Diva es mucho más que una barra de sonido. Es una pieza de diseño danés que condensa en su forma y su voz toda la sensibilidad del norte de Europa: sobriedad, calidez, precisión y un respeto casi sagrado por el equilibrio. Suena y se ve como algo que podría haber nacido en un taller de artesanía de Copenhague, junto a una taza de café filtrado y una lluvia suave cayendo sobre el Báltico.
Su historia comienza en 2009, cuando un grupo de diseñadores y audiófilos daneses fundaron Libratone con una idea simple pero audaz: liberar el sonido. Querían crear altavoces que fueran tan bellos como los muebles escandinavos y tan funcionales como las mejores piezas de ingeniería acústica. En un mercado lleno de cajas negras de plástico, Libratone se presentó con lana, curvas suaves y un aire hogareño. Quisieron que el audio fuera parte del paisaje doméstico, no un objeto intrusivo.
En esa época, la idea de una barra de sonido vestida con lana acústica parecía casi poética. Pero Libratone insistió: la lana debía verse, tocarse y, sobre todo, sonar bien. Detrás de su tela había un trabajo de laboratorio minucioso, probando densidades, poros y tramas hasta conseguir un material que dejara pasar la música sin ahogarla. El resultado fue una estética inédita: altavoces que parecían tejidos, cálidos y personales.
El Libratone Diva Soundbar es el fruto más elegante de esa filosofía. Con 225 vatios de potencia, un sistema interno formado por dos tweeters de cinta de una pulgada, dos altavoces de medios de tres pulgadas y un subwoofer integrado de cinco pulgadas, logra un perfil sonoro que se siente orgánico, envolvente, redondo. Su conectividad es amplia —Wi-Fi, AirPlay, DLNA, Spotify Connect, Bluetooth aptX y NFC—, pero su esencia no está en la cantidad de opciones sino en cómo las usa: de forma fluida, casi invisible. Es un dispositivo que se integra en el día a día como una mesa de roble o una lámpara de vidrio soplado.
Como toda creación danesa, el Diva busca la sencillez. La aplicación que lo controla es clara, sin complejidades técnicas, y aunque algunos usuarios echan en falta un ecualizador avanzado, suena bien desde el primer momento. No hay artificio: solo música limpia, bien distribuida, como una brisa que se cuela por la ventana de una cocina de Nørrebro.
Su sonido tiene algo de culinario. Escucharlo es como saborear un smørrebrød —esa clásica tostada abierta danesa— donde cada ingrediente tiene su espacio: el pan negro firme como los graves; el arenque marinado o el salmón ahumado que aportan los medios jugosos; el eneldo, las cebollas encurtidas o el rábano picante que brillan como los agudos. Todo está medido, equilibrado, dispuesto con una estética casi arquitectónica. Nada sobra, nada domina.
El Diva no pretende competir en potencia con las grandes barras de cine. Su fuerza es otra: la coherencia. En una habitación mediana, llena el espacio con un sonido limpio y natural, como si la música respirara. Las voces suenan cercanas y cálidas, los instrumentos tienen aire y definición, los graves acompañan sin engullir. Es, en cierto modo, la traducción sonora de una cena danesa contemporánea en el restaurante Noma o en cualquier cocina nórdica moderna: productos locales, preparación minimalista, respeto absoluto por la pureza de los ingredientes.
Al reproducir jazz, folk o música acústica, el Diva brilla. Es un plato de temporada, como un filete de bacalao del Kattegat con mantequilla tostada y rábanos, donde lo esencial no es la técnica sino la materia prima. En cambio, si se le pide el estruendo de una escena de acción o la presión de unos bajos profundos, el resultado se percibe más contenido. No por falta de calidad, sino porque su carácter no es explosivo: es íntimo, medido, refinado.
El diseño exterior refuerza esa filosofía. Su forma recuerda los principios del diseño danés clásico: líneas suaves, funcionalidad invisible, materiales nobles. Las fundas intercambiables de lana permiten personalizarlo al estilo de los textiles de Kvadrat o las tonalidades suaves del mobiliario escandinavo. Es un objeto que puede vivir en una sala de estar luminosa junto a una mesa de pino y unas velas encendidas, sin romper la armonía.
Escuchar una pieza de música en el Diva puede evocar la calma de un grød, ese porridge de avena típico danés que, en su sencillez, contiene toda una cultura. Hay en el sonido del Diva una honestidad similar: sin adornos innecesarios, sin saturación. Solo notas puras, equilibrio y profundidad. En la música clásica, su interpretación es como una sopa de pescado del Báltico: transparente, ligera, pero con un fondo que sostiene el conjunto.
Aun así, no todo es perfecto. Algunos usuarios se han quejado de que la configuración inicial puede resultar algo lenta o que la aplicación a veces pierde la conexión. Y aunque el altavoz cuenta con un subwoofer interno, no admite añadir uno externo de forma oficial, lo que limita a quienes buscan un sonido más cinematográfico. Sin embargo, una vez configurado, su estabilidad y su rendimiento son sólidos.
Quizá el verdadero encanto del Libratone Diva esté en esa mezcla de diseño y emoción que define a Dinamarca. Al igual que su gastronomía moderna, que transforma ingredientes humildes en experiencias sofisticadas, esta barra de sonido convierte la sencillez en arte. Es un producto que no necesita gritar para impresionar. Se gana el respeto con elegancia, como un plato de arenques con remolacha y mostaza dulce, donde los sabores se equilibran con precisión matemática.
En una época dominada por altavoces masivos y efectos digitales agresivos, el Diva se atreve a ser discreto. Ofrece un sonido que acompaña, no que invade. Un sonido que recuerda a una mesa nórdica en invierno: luz cálida, madera clara, cristales empañados, conversación tranquila. Es, en definitiva, una barra de sonido que respira el espíritu de su tierra: diseño funcional, naturalidad y una belleza silenciosa que no necesita demostrarse.
El Libratone Diva es para el oído lo que la nueva cocina de Copenhague es para el paladar: una celebración del equilibrio, del detalle y del placer sencillo. Escucharlo es como saborear un plato de temporada en Amass o en Geranium, donde cada nota —como cada ingrediente— ha sido elegida con respeto y amor. No busca deslumbrar, sino emocionar desde la calma. Y en eso, como buen danés, es impecable.


